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Publicidad atea en la plaza pública

Lo sospechoso de una publicidad atea en autobuses públicos

Resulta sorprendente que la presencia de un crucifijo en la pared de un colegio público, se considere lesiva del derecho aducido por un solo padre (caso Valladolid, noviembre 2008), mientras que la exhibición publicitaria de un mensaje injurioso contra los creyentes en los autobuses urbanos, con evidente intención de agravio, se estime perfectamente admisible. Ciertamente, la lógica del laicismo es bastante peculiar…/
"Dios si existe"
¿Por qué son esos mensajes injuriosos?
Porque insinuar que Dios probablemente sea una invención de los creyentes y afirmar además que no les deja vivir en paz ni disfrutar de la vida, es objetivamente una blasfemia y una ofensa a los que creen.

Dios es presentado como un tirano que nos conduce a vivir angustiados y amargados. Es difícil formular una blasfemia más contraria al rostro de Dios revelado en la Biblia: Dios es el Padre misericordioso que está siempre esperando nuestra vuelta a casa, sin exceptuar a nadie, para celebrar una fiesta.

Pero no hay mal que por bien no venga, dice el refrán. Así esta campaña publicitaria trae la cuestión de Dios al centro del debate, aunque sea de una manera impropia y maliciosa. Y así muchos se pueden plantear cuál es el concepto de Dios del que han partido los autores de esta campaña, y si verdaderamente coincide con el Dios Padre revelado por Jesucristo y predicado por la Iglesia. Además, no deja de ser sorprendente que quienes se consideran ateos, gasten su dinero en intentar convencer a los demás de que Dios no existe.

¿Cómo actuar ante esta campaña?  Con serenidad y mansedumbre ante las injurias, con fortaleza y valentía.

¿Nos imaginamos una campaña que diga: “Probablemente Alá no existe. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”. Es evidente que estas blasfemias que se lanzan en Occidente, son un abuso de los principios de respeto y tolerancia sembrados por el cristianismo. Pero, sin embargo, no nos avergonzamos del Evangelio; y deseamos ser seguidores de aquellas palabras de Jesús que nos piden “guardar la espada” (cfr. Jn 18, 11); al mismo tiempo que responder con la misma firmeza y serenidad con que Cristo se dirigió al soldado que le abofeteaba: “Si he hablado mal, dime en qué. Pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?” (Jn 18, 23).

Salmo 1,1-2.3.4.6.
¡Feliz el hombre que no sigue el consejo de los malvados, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los impíos, sino que se complace en la ley del Señor y la medita de día y de noche!
El es como un árbol plantado al borde de las aguas, que produce fruto a su debido tiempo, y cuyas hojas nunca se marchitan: todo lo que haga le saldrá bien. No sucede así con los malvados: ellos son como paja que se lleva el viento. Porque el Señor cuida el camino de los justos, pero el camino de los malvados termina mal.